
Diez años sin el impuesto al Sol: ¿hemos aprendido la lección?
Cambio de hora y ahorro energético: ¿una medida obsoleta en 2025?
El cambio de hora que seguimos aplicando en España adelantó en marzo, retraso en octubre se remonta a 1974, en respuesta a la crisis del petróleo. Su objetivo era reducir el consumo energético, principalmente en iluminación, mediante un mejor aprovechamiento de la luz solar.
Sin embargo, en el contexto tecnológico y energético actual, esa medida ha perdido eficacia. La eficiencia energética ya no depende de la posición de las manecillas del reloj, sino de cómo gestionamos nuestros consumos, qué tecnología utilizamos y qué decisiones tomamos a nivel de planificación energética.
Hoy, diez años después del impuesto al Sol, es momento de reflexionar: ¿hemos aprendido la lección?
Iluminación, climatización y procesos: ¿Qué ha cambiado?
Hoy, la mayoría de edificios y espacios urbanos utilizan tecnología LED de alta eficiencia, sensores de presencia y sistemas de gestión domótica que han minimizado el impacto de la iluminación en el consumo total. El ahorro que antes podía justificar el cambio de hora ha quedado reducido a cifras marginales. Los estudios más recientes sitúan su efecto en torno a un 0,3 % del consumo energético, un dato que no justifica mantener una medida de alcance nacional.
En lo que respecta a la climatización, el efecto puede incluso ser contrario al deseado. En climas cálidos como el nuestro, tardes más largas implican mayor exposición solar y más horas de uso del aire acondicionado. Por otro lado, las mañanas más frías provocan un aumento de la demanda térmica en invierno. El resultado es un posible incremento neto del consumo energético.
En el sector industrial, la influencia del cambio de hora es prácticamente nula. Los procesos productivos se ajustan a turnos y demandas operativas independientes del horario oficial. Cambiar el reloj no afecta a los kilovatios consumidos, ni mejora la eficiencia.
Alumbrado público y automatización energética
Otro de los argumentos clásicos para justificar el cambio horario era el ahorro en alumbrado público. Sin embargo, este consumo está hoy completamente automatizado y vinculado a sensores crepusculares. El sistema responde a los niveles de luz natural, no a la hora establecida por decreto. En consecuencia, el encendido y apagado del alumbrado no varía con el cambio de hora.
Además, las herramientas actuales de monitorización y gestión energética tanto en edificios como en redes municipales permiten una programación precisa y adaptada al comportamiento real de la demanda, no al calendario civil.
El consenso técnico: una medida que ya no cumple su función
La Comisión Europea y organismos como el IDAE han coincidido en que el cambio horario ha perdido su sentido como medida de ahorro energético. El Parlamento Europeo llegó a proponer su eliminación en 2019, aunque el proceso quedó en suspenso ante la falta de acuerdo sobre si mantener el horario de invierno o el de verano.
Mientras tanto, los efectos negativos sobre la salud, la productividad y el bienestar están ampliamente documentados, frente a un ahorro energético que ya no es relevante. Es, en esencia, una medida simbólica que ha dejado de tener impacto real.
Dejar atrás el simbolismo: hacia una eficiencia energética estructural
La eficiencia energética actual se basa en estrategias estructurales, no en gestos de calendario. Las verdaderas palancas de ahorro están en:
- La implantación de autoconsumo fotovoltaico.
- La integración de almacenamiento energético.
- La optimización de consumos térmicos y eléctricos.
Y en herramientas como los Certificados de Ahorro Energético (CAE).
Para todo ello, es clave contar con planificación técnica, acompañamiento experto y visión estratégica.
Eficiencia energética basada en datos, no en relojes
El cambio horario tuvo sentido en su contexto histórico. Hoy, la eficiencia se construye con tecnología, análisis y gestión energética profesional. En 2025, mover las manecillas del reloj no aporta beneficios medibles ni responde a las necesidades reales de la transición energética. Es momento de dejar atrás medidas simbólicas y centrarnos en soluciones con impacto estructural y verificable.





